Our collective reflection after four year research in the @MAGIC_NEXUS project has finally been published (open preprint: https://zenodo.org/record/5670658#.YYz5bruCFH4). This was a slow and careful science process. We took the time to think together, to cross-analyse our different experiences with the Quantitative Storytelling approach (QST) and to let new insights and learning emerge. I wish I had more of this in my hectic academic life.
We started by looking back at the onset of the MAGIC project, when QST was conceived as an iterative research process that linerly combined narrative analysis, multi-scale assessment of the water-energy-food nexus and stakeholder engagement, with the purpose of transforming dominant policy narratives around innovations for sustainability. We then created a framework for comparing the four innovation cases were involved in: biofuels, shale gas, electric vehicles and alternative water resources. We realised that our processes had not been as linear and iterative as expected. We arrived at a different view of the QST process in which two main avenues can be considered: 1) challenge dominant narratives on innovations as solutions for sustainability problems; 2) co-create new narratives and imaginaries. Rather than direct policy or narrative change, the outcomes from these processes might be diverse and diffuse. They extend beyond the observed time frame and are harder to trace or quantify.
In the long run, routes of this kind may contribute to shared alternative socio-technical imaginaries that may, in turn, lead to changes in the governance of nexus innovations.
Last september I attended the very exciting Delft International Cnference on Socio-hydrology. I was surprised by the interest in interdisciplinary water studies, the deepness of discussions in this direction, and the incredible online-offline setting.
My talk was entitled ‘Eutrophication as an opportunity for multispecies water justice’. I drawed on the work of Alix Levain et al. (2020) that conceptualizes eutrophication as a hydrosocial problem to share some ideas and preliminary results from the Mar Menor case.
A principios de abril viajé por primera vez al Mar Menor. Había escuchado tanto en los últimos años a través de la prensa, leído tanto en los últimos meses desde que inicié mi investigación en enero, que cuando llegué no pude más que sorprenderme de la belleza y armonía que percibí. Es Mar Menor comparado con el Mar Mayor, pero de pequeño no tiene nada. De hecho es la laguna costera más grande del Mediterráneo y desde la orilla interior se percibe su final sólo a través del skyline de la Manga. En las playas del municipio de Los Alcázares se pasea con tranquilidad, se juega al voleibol y se disfruta aún de algunos balnearios. También se observan indicios de que el agua calentita de la laguna no está del todo bien y banderas negras con el caballito de mar en las ventanas como símbolo de protesta.
Durante dos días recorrí el Mar Menor de norte a sur y de oeste a este. Traté de apreciar la diversidad de paisajes y socioecosistemas que conviven allí, así como la complejidad del proceso de degradación de la laguna en el que se entrelazan múltiples causas y actores: una cuenca fuertemente transformada tras la llegada del trasvase Tajo-Segura y por el posterior despliegue de cientos de desalobradoras y canales de evaluación de salmueras; una producción agraria intensiva ligada a una economía de exportación pujante; avenidas que arrastran nutrientes, sedimentos y residuos de los campos hacia la laguna y que se añaden a los flujos paulatinos superficiales y subterráneos de agua cargada de nutrientes; una sierra minera mal sellada de la que lixivian metales pesados; un desarrollo urbanístico intensivo para turismo y segunda residencia; generación de playas que no existían; una enorme densidad de puertos con los impactos que estos generan; canales que comunican con el Mediterráneo y transforman la ecología de la laguna…Todo ello unido a un debate científico y político sobre el peso de cada uno de esos factores, una fuerte polarización social y una flagrante inacción por parte de las administraciones públicas regionales que han mirado para otro lado hasta que el agua se volvió verde en 2016, y miles de peces y otras especies aparecieron muertos en las orillas el 12 de octubre de 2019.
En ese viaje me acompañaron personas que llevan años luchando por la conservación de la laguna, en las que percibí desazón e impotencia. No pude sino empatizar ante el enorme reto que afrontan y sus esfuerzos (sentidos) en vano. También ‘desvirtualicé’ a mi co-investigadora, Paula Zuluaga, con quien llevo pensando esto de cómo hacer co-producción de conocimiento en el Mar Menor desde febrero. Hablamos con mucha gente y mucho entre nosotras. Un interrogante se iba haciendo cada vez más grande: ¿Dónde están los agricultores? Esos agricultores que, nos cuentan, han cambiado sus prácticas de manejo de la tierra, han arrendado sus tierras a grandes empresas o pelean por mantener sus prácticas tradicionales en la madeja empresarial de la exportación. Nos dicen que el sector agrario no habla del Mar Menor, que su voz la representa ahora una fundación, y que ningún agricultor querrá hablar con nosotras. Interesante. Por ahí tendremos que empezar.
En teoría de facilitación hay un concepto que es el de rol fantasma. Se refiere a aquellas cosas de las que no podemos hablar, que no pueden ser nombradas, bien porque las negamos socialmente, bien porque nos dan miedo o porque no somos capaces de verlas con claridad. Esos roles tienen un gran poder transformador si alguien es capaz de traerlos.
Así que nos preguntamos ¿Hay agricultores en el Campo de Cartagena que sí quieren hablar del Mar Menor?