Han pasado tres años desde que mis pies tocaron por vez primera las cálidas aguas de la laguna salada en la costa murciana. También han pasado muchas cosas. Mi intención era usar este blog como herramienta para pensar-con el Mar Menor a medida que la investigación avanzaba. Por diversos motivos no he logrado hacerlo hasta ahora, cuando el trabajo de campo está concluido y ando elaborando los resultados en varios artículos en inglés. Así que quiero escribir una serie de posts en castellano que den cuenta del proceso, los dilemas y aprendizajes por el camino.
Cuando comencé en enero de 2021 escribí un esquema de investigación que contenía preguntas y objetivos, no muy articulado, lo justo para arrancar. Partí de una pregunta metodológica:
How to co-produce knowledge on wicked social-ecological issues characterized by severe ecological degradation, multi-actor conflict, social polarization and deep power asymmetries?
¿Cómo se puede co-producir conocimiento sobre problemas socioecológicos ‘wicked’, caracterizados por la degradación ambiental severa, el conflicto multiactor, la polarización social y fuertes asimetrías de poder? La pregunta ya me predisponía a explorar los CÓMO, los métodos, las tácticas, las prácticas, eso que había aprendido en mis dos años en Wikitoki y tanto les gusta a los amigos de Colaborabora. También en la formación en facilitación de IFACE cuyas herramientas quería trasladar a mi ámbito de investigación.
En concreto, lo que me interesaba era explorar la transformación de conflictos ambientales y su relación con eso que llamamos ‘conocimiento académico’ (en singular es obviamente engañoso). A un segundo nivel, estudiar la relación entre las experiencias afectivas del Mar Menor, el conocimiento del mismo y el conflicto social.
En ese momento partí de conceptualizar la eutrofización del Mar Menor como un ‘wicked problem’, siguiendo literatura reciente en el ámbito internacional en esta línea. El concepto de wicked problem fue propuesto Rittel y Webber (1973) para nombrar aquellos problemas que son difíciles de resolver. Venían de la ingeniería de sistemas donde las funciones de optimización son modus operandi. Se dieron cuenta que algunos problemas no respondían a su lógica optimizadora y, al ponerse a pensar sobre ellos, llegaron a definirlos a través de 10 características. Y con ellas, los construyeron en el imaginario investigador, expandiéndose pronto a distintos ámbitos de la planificación y las ciencias ambientales donde los problemas tienen múltiples dimensiones y escalas interconectadas y, por mucho que lo hayamos intentado, tampoco se resuelven con ecuaciones.
Sin embargo, mi lista de características descriptivas del problema social en torno al Mar menor iba bastante más allá de lo que Rittel y Webber plantearon. Y lo que encontré cuando me sumergí en el territorio fue mucho más. De hecho hoy pienso que es un concepto que se queda corto, aunque sirve para enmarcar una parte del problema. También se queda corto otro concepto que me ha influido mucho en mi vida académica y el de problema postnormal (Ravetz y Funtowick 1990), aunque sin duda las incertidumbres, los fuertes intereses en juego y la urgencia del problema son elementos importantes.
Hay elementos más profundos en el Mar Menor que apenas estoy empezando a nombrar y que tienen que ver con los vínculos con la laguna, el impacto afectivo de la eutrofización en la sociedad murciana, la falta de gobernanza o incluso el desgobierno, la tensión entre partidos políticos mayoritarios, la fragmentación social y territorial, y las desigualdades. En medio de esta madeja se encuentra el conocimiento académico, las controversias y las incertidumbres asociadas, instrumentalizadas por el conflicto, reforzando la polarización. Y otra capa de refuerzo: la campaña desinformación y negacionismo orquestrada por la extrema derecha, financiada por los que no quieren moverse ni un palmo de su lugar, que gana más y más adeptos en el Campo de Cartagena (como en el Egido y en Huelva, enclaves con ciertas resonancias).
Tratando de describir el contexto Mar Menor para el último artículo, me sumergí en la literatura de polarización. Se distingue entre polarización temática, ideológica y afectiva, y hay bastante debate sobre si están o no relacionadas. Debate que a mi me sorprende, porque me parece imposible que no lo estén, al menos en el Mar Menor. Me interesó mucho el concepto de cámaras de eco de C. Thi Nguyen, por su capacidad descriptiva de los mecanismos de refuerzo de la polarización: creación de confianza y narrativas compartidas intracámara, deslegitimación activa de narrativas extracámara. Más aún me interesó otro que dialoga con él, el de búnkeres epistémicos de Katherine Furman, porque señala la dimensión afectiva de estas cámaras: en ambientes hostiles, y hoy vivimos permanentemente en ellos, buscamos espacios en los que sentirnos seguras para compartir nuestros valores y opiniones abiertamente. El problema es que tienen fronteras y mecanismos que dificultan salir del bunker una vez que entras. Esto resuena también con la psicología social de los conflictos intratables que describen Halperin y Sharvit en un libro homenaje al legado de Daniel Bar-Tal. Si bien esta teoría se desarrolló a partir del análisis del conflicto Israel-Palestina, la idea básica es muy similar: hay un ‘ethos del conflicto’ que se autoperpetúa a través de la formación de creencias divergentes en torno a la legitimidad, la confianza y la unidad (nosotros vs vosotros) junto a orientaciones emocionales que las sostienen. Cuanto más concibamos al otro como del otro bando, más polarización y fragmentación, más reducción de la multiplicidad de posiciones y diferencias a dos únicas, confrontadas, identidades sociales.
Creo que algo de todo esto hay en el Mar Menor: hay dos bandos de actores sociales enfrentados, cada uno amparado en distintos niveles y partidos de gobierno, cada uno movilizando conocimiento experto para reforzar su narrativa y deslegitimar la de enfrente. Hay también fuertes asimetrías de poder, con algunos actores que ostentan mucho y se resisten al cambio, y otros que están en situación muy precaria y son prácticamente invisibles, especialmente los trabajadores migrantes. Hay duelo, tristeza, rabia y frustración por la situación de la laguna, y también victimismo y agravio, defensiva y negación. Y también hay mucha gente haciendo cosas, cuidando la laguna, cambiando sus prácticas, luchando por su reconocimiento como sujeto.
En 2022 concebí el Mar Menor como un laboratorio del Antropoceno/Capitaloceno/Chthuluceno, usando la triada propuesta por Haraway. Hoy casi que deseo que no sea laboratorio sino excepción, que no se multipliquen ni se expandan situaciones de tal complejidad porque traen mucho dolor y son (casi)imposibles de transformar hacia horizontes de más equidad y justicia social y ambiental. Al menos desde la mentalidad política predominante a la que le aterra la participación y la democracia.
A no ser que haya una revolución. Y quizás el Mar Menor la esté trayendo y no nos demos cuenta aún. Lo cuento en el próximo post.