¿Podemos ser demócratas en nuestra vida cotidiana? ¿Y qué puede significar esto exactamente? Parece que cada vez tenemos menos ocasiones (y motivaciones) de practicar hábitos democráticos en nuestro día a día.
Esta mañana de domingo leía el artículo de Just Serrano en eldiario y notaba cómo me tocaba algo dentro cargado de nostalgia, pero también de esperanza. Así que me animo a explorarlo en unas notas desordenadas.
Just reflexiona sobre la democracia como forma de vida. Parte de la constatación de cifras sobre personas jóvenes acercándose a posturas autoritarias por una conjunción de factores bastante endemoniada y difícil de atajar. Sin embargo la reflexión de Just va más allá al señalar algo a lo que no solemos mirar y que subyace muchos de esos problemas: la pérdida de los hábitos democráticos.
Contrapuestos a la subjetividad neoliberal que impone la competitividad descarnada y el cinismo en nuestras relaciones cotidianas, los hábitos democráticos son aquellos que buscan la construcción de lazos sociales, la solidaridad y el apoyo entre personas, e incluyen “la escucha del otro, la apertura a lo nuevo y lo diferente, la aceptación de la propia falibilidad, o el ejercicio compartido de la creatividad”, reivindica citando a John Dewey. Para mi se trata de estar acostumbradas y tener las habilidades necesarias para participar, tomar parte y reponsabilidad, en nuestros entornos laborales, familiares o en aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo libre.
Coincido con la percepción de pérdida de Just, aunque a la vez me pregunto si alguna vez hemos tenido hábitos democráticos como sociedad. Leyéndole, imagino algo como que nuestras empresas fueran más cooperativas y con comités sindicales en los que la gente se implique; nuestras comunidades de vecinos fueran eso, comunidades; o que nos impliquemos en las AMPAs, en las asociaciones de barrio, en las políticas de nuestro ayuntamiento y, por qué no, nuestra comarca y provincia. Sin embargo, esto está muy lejos de la realidad actual. Viendo las escasas capacidades organizativas y la falta de cultura de escucha y participación que me rodean en mi trabajo, en mi comunidad de vecinos, en mi barrio y en mi ciudad, me pregunto ¿Es una pérdida, una regresión, o es que siempre ha sido así salvo contados momentos históricos o lugares como los Centros Sociales Ocupados?
La clase trabajadora siempre ha cultivado colectivo en sus luchas por conseguir derechos y una vida digna. La clase media entre la que me encuentro ahora, lo dudo. Las alianzas entre clases sociales fueron comunes en los momentos revolucionarios, pero en hoy día estamos fragmentados. Suelo comentar con amigas que nos veo a cada una haciendo en su parcelita individual lo que puede para tener menos precariedad, sin mirar si lo que hacemos contribuye a la precariedad del otro, sin acercarnos a escucharle, sin espacios formales o informales para encontrarnos.
Sin embargo, no siempre lo he sentido así. En 2011 participé en la formación de la plataforma Democracia Real Ya, sin duda el experimento democrático más potente que he conocido y cuyo sueño sigue resonando en lo que proyecto cada día. DRY surgió en internet, unos jóvenes madrileños lanzaron un manifiesto reivindicativo ante las conseucencias de la gestión de la crisis de 2008, crearon unos grupos de facebook a los que se sumó gente de todo el estado y decidieron organizar una manifestación. El célebre 15 de mayo de 2011 que luego daría nombre al movimiento que surgió de las plazas y que sobrepasó a DRY por los cuatro cuadrantes. No lo esperábamos, nadie lo esperaba.
DRY traía la propuesta de radicalizar la demoracia con participación y transparencia. En su corta existencia, fue capaz de construir algo que se le parecía: una organización de base coordinando a más de 2000 personas de ciudades y pueblos en una plataforma digital de código libre, la Red DRY, con un método de toma de decisiones y un programa de acción común, sin estar sometidas a una coordinadora o grupo de líderes. Obviamente esto nos significa que no hubiese relaciones de poder, o conflictos. Los había y grandes. De hecho fue por un conflicto que el colectivo se dividió en dos y al poco más de dos años de vida desapareció. Una pérdida gravísima desde mi punto de vista, cuyas consecuencias no supimos calcular.
Pero durante ese breve período, el sueño de la democracia fue muy real para mi y el resto de personas que conformamos DRY. Organizamos manifestaciones masivas, acciones por la vivienda, la sanidad y la educación públicas, coordinando con el resto de colectivos del 15M. Organizamos una impresionante asamblea en la Casa Invisible de Málaga a la que asistieron cientos de personas de todo el estado. Se tomaron decisiones por consenso y se avanzó en organización y acción después en la red digital. Ninguno de los partidos de la aclamada nueva política ha creado algo semejante, con una democracia interna tan potente. Ninguno ha promovido una cultura de la participación como la que tuvo DRY y el 15M. Más bien al contrario, se han dedicado a desmantelarla y a terminar de diluir cualquier esbozo quincemayista del que alegaron partir.
Ni estos partidos ni el gobierno de coalición actual creen en la democracia entendida como algo más allá de votar cada cuatro años. Los tremendos escándalos de corrupción que asolan al PSOE estos días me retrotraen al momento en el que constituimos DRY y salimos a las calles el 15M. Es cierto que no necesitamos una organización estatal para cultivar hábitos democráticos cotidianos, pero también lo es que esos hábitos se aprenden. Necesitamos escuelas en las que aprender a escucharnos, a dialogar, a empatizar, a conflictuar de manera respetuosa y productiva.
DRY fue para mi escuela, pero no supimos sostenerla. Desde entonces no he parado de formarme sobre cómo construir organizaciones sostenibles a través de la facilitación de grupos. He llevado esas herramientas a mi trabajo como investigadora y a pequeños colectivos a los que he podido sumarme. Lo que no veo por ningún sitio son oportunidades como las que DRY abrió, un sueño colectivo de ser capaces de mejorar las cosas si nos organizamos. Quizás sea una cuestión generacional y serán nuestras hijas las que lo retomen.
Mientras tanto, nos jugamos un planeta. Por qué pienso que necesitamos democracia real para salvarlo necesita unos cuantos más posts.
